EL MONTE ULÍA: BALLENAS Y UN TRANVÍA

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«Llamadme Ismael». Siempre hemos fantaseado con aventuras a bordo de un ballenero. Una época feliz, en la que se podían cazar ballenas sin que te importunaran los pelmazos de Greenpeace.

El monte Ulía, en el oriente de la ciudad de San Sebastián, fue el lugar donde los donostiarras situaron las atalayas para el avistamiento de ballenas.

CABALLOS DE CIUDAD

Equinos de ciudad.
Foto: Angi Gomal

El paseo que proponemos es: «Uluri Bira/ Vuelta a Ulía». Es una agradable ruta de casi 5 kilómetros y con un desnivel de 300 metros. Debemos trasladarnos al barrio de Gros de la capital guipuzcoana. En la avenida de Navarra, cerca de la playa, está el colegio Corazón de María, en un lateral está la calle Zemoriya, que asciende hacia nuestro destino.

Esta ruta está homologada como SL-Gi 33, y seguiremos las balizas blancas y verdes. Durante parte de la marcha, compartiremos camino con el GR-121, por lo que también veremos marcas rojiblancas.

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Para comenzar: unas pocas escaleras.
Foto. Angi Gomal

El mayor esfuerzo es al comienzo, la calle se empina, y hay infinidad de escaleras. Poco a poco ganamos altura, y unos simpáticos caballos nos regalan una estampa rural en plena urbe.

Con esfuerzo conseguimos llegar a una zona llana. Caminamos por el trazado del antiguo tranvía eléctrico del monte Ulía. Este transporte se creó para unir el parque de recreo del monte Ulía con la zona de Ategorrieta.

En 1902 se inauguró esta línea que, desde el barrio de Ategorrieta, ascendía por las laderas hasta la cumbre del monte Ulía, en un trayecto que duraba 20 minutos.

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El tranvía de Ulía.

Hasta el monte también llegaba el transbordador funicular o teleférico creado por el ingeniero Torres Quevedo.

El transbordador-teleférico comenzó a funcionar en 1907, y unía la ultima parada del tranvía con la cumbre del monte. Recorría 280 metros salvando un desnivel de 28 metros. En el año 1908 transportó a 1.300 personas en la barquilla metálica para 14 viajeros que, en 3 minuros, llegaban volando a su destino a una altura de 28 metros.

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Viajeros intrépidos.

La vida de este tranvía finalizó en los años 20 por la imposiblidad de obtener fuerza eléctrica para el arrastre, debido ello a circunstancias provocadas por la Primera Guerrra Mundial. Al encarecerse la energía y decaer la rentabilidad, se acabó por cerrar el tranvía y el teleférico.

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Monte Ulía: final de trayecto.

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Transbordador teleférico de Ulía.

Abandonamos el camino del tranvía girando hacia la izquierda. Ahora ya tenemos una vista despejada del mar. En la punta de Mompás vemos los restos de una batería de guerra, reminiscencia del Desastre del 98 (guerra de Cuba contra Estados Unidos). Su objeto era proteger la costa de posibles enemigos.

Los terrenos que ocupaba la batería fueron cedidos por el ejército en 1961 al Ayuntamiento de San Sebastián.

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Empedrado camino de Ulía.
Foto: Angi Gomal

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Escaleras talladas en la roca.
Foto: Angi Gomal

El camino es sencillo y agradable. Incluso podemos caminar por unas escaleras que han sido cinceladas en la roca.  El graznido de las gaviotas es la música de fondo que nos acompaña. Estas aves marinas aprovechan los escarpados acantilados para criar a su prole.

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Batería de Mompás.
Foto: Angi Gomal

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Los escarpados acantilados de Ulía.
Foto: Angi Gomal

Al final de un repecho hacemos un descanso. En la lejanía vemos el faro de La Plata y la silueta del monte Jaizkibel. Las marcas rojiblancas del GR 121 continuan hacia Pasajes de San Pedro, nosotros giramos a la derecha.

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Faro de la Plata y Jaizkibel.
Foto: Angi Gomal

Dos ciclópeas rocas nos cierran el paso. Es como si no quisieran que no descubrieramos algún secreto.

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Las rocas nos cierran el paso.
Foto: Angi Gomal

El blanco edificio del merendero de Ulía se aparece como la visión de una antigua mansión colonial. Esta zona ha sufrido diferentes transformaciones. En la actualidad, es un pacífico lugar con mesas y juegos para niños, donde solazarse en una soleada tarde primaveral.

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Atardecer en el merendero de Ulía.
Foto: Angi Gomal

A principios del siglo XX, se construyó un parque turístico que incluía la recuperación idealizada y romántica de los elementos vinculados a las atalayas, provocando una desfiguración de la primitiva configuración de estos puestos de observación.

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Atalaya del Rey.
Foto: Angi Gomal

Detrás del merendero hay un sendero, vamos hacia la izquierda y llegamos a la Peña del Rey, que se usaba como atalaya. Unas escaleras nos llevan hasta la cumbre, desde la que se divisa la costa.

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Peña del rey.

En un rapto de locura, nos da por vociferar aquello de : ¡ Ballena a la vista!. Por suerte, en ese momento, no pasaba ningún orondo caminante que se hubiera podido dar aludido por nuestro ballenero grito.

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Modernas escaleras suben a la peña del Rey.
Foto: Angi Gomal

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Oteando el horizonte desde la peña del Rey.
Foto. Angi Gomal

Las atalayas servían para la observación, vigilancia y transmisión de noticias. El atalayero notificaba la presencia de bancos de peces o de ballenas. Además observaba a los barcos que se acercaban a puerto, para dar aviso a las embarcaciones que se encargaban de remolcarlos.

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«Y Dios había preparado un Gran Pez que se tragará a Jonás».

Desde las atalayas también se hacia «espionaje comercial», se usaban para conocer el tráfico de mercancías de otros puertos.

Desde el monte Ulía, se pueden observar las entradas a los puertos guipuzcoanos y los más orientales de Vizcaya.

Siguiendo el camino pasamos el merendero, y conoceremos las otras atalayas. La peña del Ballenero y la peña del Águila completan la trinidad de atalayas del monte Ulía.

En el libro «Los Ojos del Mar. Atalayas y Señeros del País Vasco», sólo se menciona la atalaya del Ballenero o Mirall como atalaya en el monte Ulía. No sabemos si las otras dos atalayas fueron un «invento» de principios del siglo XX.

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Atalaya del Ballenero o Mirall.
Foto: Angi Gomal

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Peña del Ballenero.

Las atalayas de Ulía son naturales, se usaban los afloramientos rocosos como punto de vigilancia. Había cabañas apoyadas y talladas en parte sobre la misma roca. Estas moles roqueras están talladas y acondicionadas para su uso por el atalayero. En un ejercicio de escalada, subimos por las escaleras de la peña del Ballenero, y comprobamos que, en la actualidad, la fronda no nos deja ver la mar.

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Peña del ballenero.
Foto: Angi Gomal

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Escaleras de la atalaya del Ballenero.
Foto: Angi Gomal

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«Tiró el arpón, la ballena alcanzada nadó con más vigor; con velocidad ígnea la línea se enganchó…Ahab se inclinó para desengancharla».

En el Aquarium de San Sebastián podemos ver el esqueleto de una ballena. Este cetáceo fue capturado el 11 de febrero de 1878. La ballena se avistó entre Zarauz y Guetaria, de donde salieron varios botes para darle caza. Por si fuera poco, se añadió una embarcación de Orio a la captura.

Lo curioso fue que la ballena terminó en la playa, y finalmente no produjo ningún beneficio económico, al producirse un pleito sobre quién era el dueño de la captura.

El juicio se desarrolló en Azpeitia. El origen de la disputa estaba en que el arpón pertenecía a Guetaria y el cordel a Zarauz. Mientras se llevaban a cabo las diligencias, se corrompió la ballena y hubo que quemarla.

Las autoridades de San Sebastián recogieron el esqueleto que se guardó en el museo de la ciudad. Las crónicas de la epóca indican que el cetáceo medía 48 pies de longitud, más de 14 metros.

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Atalaya del Águila.
Foto: Angi Gomal

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Peña del Águila

Siempre habíamos oido que la ballena del aquarium donostiarra era la última ballena cazada en Guipúzcoa. Sin embargo, el 14 de mayo de 1901 se pescó la última ballena franca glacial. Fue perseguida y muerta a arponazosy con una ración de dinamita. No sabemos en que estado quedaría el cetáceo,puede que hicieran picadillo de ballena a la vasca.

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Pequeño «Jonás» junto al esqueleto de ballena del Aquarium de San Sebastián.
Foto: Angi Gomal

Desde la peña del Águila vemos una extraña construcción de la que no habíamos oído hablar. Es la ruina de una torre de planta hexagonal.

Investigando hemos descubierto que son las ruinas del Chalet de las Peñas.

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El chalet de las Peñas, hoy en día.
Foto: Angi Gomal

En su época de esplendor, el Chalet de las Peñas, conocido también como El Molino, fue un café merendero donde acudían los visitantes del parque recreativo de Ulía.

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Una curiosa torre hexagonal.
Foto: Angi Gomal

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Postal del chalet de las Peñas

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Versión coloreada del chalet de las Peñas.

Las balizas blanquiverdes nos señalan el camino a seguir. Descendemos por un agradable bosque que nos devuelve al camino por donde hemos transitado.

No nos apetece la perpectiva de las escaleras infinitas. En este momento echamos de menos el tranvía aéreo y su alucinante recorrido.

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Playa de La Zurriola: final de trayecto.
Foto: Angi Gomal

DESDE EL MONTE ULÍA

Conforme el tranvía avanza, va surgiendo el lindo paisaje.

Ya se divisa el barrio de Gros, la Zurriola, San Sebastián compuesto y ordenado como un batallón en orden de batalla, y al frente el mar, absorbiendo el paisaje; manso y tranquilo como si fuera incapaz de causar daño.

La impresión que produce el cuadro es en extremo risueña, primorosa, estética, como la produciría una fastuosa caja de juguetes artísticos colocados sobre musgo, las casitas, los barcos, las figuras,
iglesias, los árboles y caseríos; todo da gana de encerrarlo en un estuche y guardarlo para cuando se quiera volver á contemplar.

¿Trasladarlo a un cuadro? Eso no es posible. ¿Qué paleta tiene ese infinito de tonalidades diferentes, esos cambiantes, esos contrastes de luz y sombra?

A espaldas del Ulía, el mar extiende sus dominios y crece ante la
vista en proporciones absorbentes, y á la falda del monte tres edificios
agrupados distraen la vista, estos son; la Tabacalera, (esta tendrá cuando se concluya honores de palacio), la estación y la plaza de toros.

ahí los templos de las modernas aficiones: el tabaco, los toros, los viajes. ¿Qué más puede desear el tourista?

FRANCISCA SARASATE DE MENA. Año 1902.